El mismo día que se implantó el uso obligatorio de las
mascarillas , me dije… Ay! Qué mudos nos vamos a quedar aquellos que tanto
solemos usar nuestras sonrisas o hacer usos de las muecas…
Y bien mudos que nos quedamos. Tanto, que algunos tuvimos
que aprender a usar las miradas, esas... q hasta no hace tanto pasábamos por alto . Y no os podéis imaginar cuánto.
Desde entonces comencé a descubrir como con una sola mirada
, yo me podía comunicar con mis letrados en sala , aún estando apartados y con la boca tapada. También , empezaron a
emocionarme esos ojos que estaban esperando mi llegada. E incluso me llegaron a
erizar la piel esas miradas al vacío sin mediar palabras.
Y así, sin poder leernos los labios ni susurrarnos al oído ,
se han ido estableciendo lenguajes que se descifran por encima de mascarillas y desde
las distancias permitidas. Lenguajes con los que nos vamos entendiendo e incluso nos están acercando como a veces
no lo lograron las palabras.
Y así , cada mañana, tras despedirnos en la puerta del cole
y tras pasar sus controles rutinarios de pulseritas de colores, tomas de temperaturas
y etc… Él, desde lejos , discretamente
gira su cabecita y me busca con su mirada. La fija en mis ojos . Y cuando comprueba que ha dado
en la diana y su mirada se cruza con mi
mirada , me rebosa una enorme sonrisa
que, a pesar de no ser vista ...se les escapa entre esos cinco deditos con los que sujeta su mochila y que me los va moviendo mientras entra en las
aulas.
Esa pequeña y fugaz mirada… que a mí me llena el alma y me alimenta hasta
mañana.
Yo, me quedo con esa mirada.
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